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Políticos: ¿se vale mentir?

La gran mayoría de los ciudadanos piensa que los políticos no son realmente honestos, y eso, a todas luces, parece ser verdad. Un dirigente político no se mueve necesariamente por la honestidad, sino por su necesidad de alcanzar el poder.

Un político jamás debería mentir; lo podrían descubrir. Parece poco ético, pero esa recomendación no se basa en que sea necesariamente malo mentir, sino en que podría perjudicar su crecimiento y conquista del poder.

Lo cierto es que, para un político, mentir también puede significar no decir toda la verdad. En este punto, puede ser confuso el asunto de distinguir entre verdad o mentira, pero un dirigente debe escoger qué debe conocerse sobre él.

Todo político planifica muy bien sus movimientos y sabe lo que le conviene, por lo que junto a sus asesores puede decidir adoptar ciertos valores o actitudes que no son propiamente de él. Así, puede lograr distinguirse de la competencia o acercarse a ciertos votantes.

Frases, movimientos, opiniones o maneras de presentarse pueden ser cosas aprendidas para ganarse a los ciudadanos o medios. Se trata de cosas que no son del todo verdad, pero constituyen una mentira aspiracional que todos fomentamos diariamente.

¿Por qué los políticos se arriesgan a mentir?

Pese a los riesgos que eso implica, hay tres razones por las cuales es probable que un político “mienta”:

La primera es que el ciudadano común no asocia la transformación de un político con un intento por encubrir una verdad o un plan macabro para engañar al pueblo. Generalmente, lo que un dirigente trata de hacer es llamar la atención o pulir su imagen.

La segunda posible razón es que el ciudadano de a pie jamás descubrirá la verdad porque es realmente complicado saber qué piensa o cómo pensaba una persona en el pasado, a menos que lo haya hecho público a través de las redes sociales.

Y finalmente, otra razón por la cual un político se atreve a mentir es porque a la mayoría de la gente no le importa la verdad. La verdad es, en realidad, un término que nos agrada a todos, pero no todos usan o les gusta escuchar.

Puede compararse la verdad con el concepto de democracia. Nadie la contradice y todos vivimos mejor sabiendo que nuestro país se rige por principios democráticos, pero basta que suceda algo difícil para que las mayorías aplaudan medidas consideradas de “mano dura” para frenar el desastre.

Puede sonar mal, pero los ciudadanos quieren el camino más corto y sencillo; quieren un líder que les diga lo que quieren escuchar y que refuerce las ideas que ya tiene en su mente, una persona que les inspire confianza.

Original aquí